El autor del libro que más terror despierta en los estudiantes de bachillerato de toda Latinoamérica, no nació en Bagdad. Nació en La Habana, Cuba, y su problema más difícil no fue una operación matemática, sino la revolución de Fidel Castro.
Aurelio Baldor (1906-1978) es un texto de álgebra, destinado a la educación secundaria. Este texto, mayoritariamente conocido como Algebra de Baldor, se ha difundido en toda América Latina, el cual ha sido utilizado por tres generaciones de estudiantes, desde su lanzamiento en la década de 1940.
Algunos de los que han estudiado con el libro, pensaban que su autor era árabe, puesto que la portada del libro venía ilustrada con el rostro de Al-Juarismi, un matemático árabe de la Edad Media. En 2008 la editorial mexicana encargada de su edición cambió la portada por la de un profesor sonriente, aunque en una esquina se observa la portada anterior.
Muchos consideran que el texto de Baldor es el libro más consultado en escuelas y colegios de Latinoamérica, incluso más que El Quijote de Miguel de Cervantes.
Con los años, Baldor se había forjado un importante prestigio intelectual en los Estados Unidos y había dejado atrás las dificultades de la pobreza. Sin embargo, el maestro no pudo ser feliz fuera de Cuba. No lo fue en Nueva York como profesor, ni en Miami donde vivió su retiro acompañado de Moraima, su mujer, quien hoy tiene 89 años y recuerda a su marido como el hombre más valiente de todos cuantos nacieron en el planeta. Baldor jamás recuperó sus fantásticos cien kilos de peso y se encorvó poco a poco como una palmera monumental que no puede soportar el peso del cielo sobre sí. “El exilio le supo a jugo de piña verde. Mi padre se murió con la esperanza de volver”, asegura su hijo Daniel.
El autor del Algebra de Baldor se fumó su último cigarrillo el 2 de abril de 1978. A la mañana siguiente cerró los ojos, murmuró la palabra Cuba por última vez y se durmió para siempre. Un enfisema pulmonar, dijeron los médicos, había terminado con su salud. Pero sus siete hijos, quince nietos y diez biznietos, siempre supieron y sabrán que a Aurelio Baldor lo mataron la nostalgia y el destierro. (Revista Dinners, Colombia-2000).
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