La ingratitud es un asunto muy serio, aun en el mundo en general. Para los miembros de la familia de Dios, la falta de aprecio viola pasajes básicos de la Biblia. En los hogares hay niños rebeldes, desobedientes y mal agradecidos. El otro día leí un letrero que aconsejaba a los muchachos y muchachas que pensaban que sus padres eran torpes, que abandonaran sus casas, que consiguieran un empleo y que pagaran sus propias cuentas… si es que podían hacerlo.
Por otro lado, esta respuesta típica llegó a mi escritorio hoy: «Una madre estaba hablando con su amiga, diciendo así: Es culpa mía. Toda la vida he trabajado y me he esclavizado para proveer un hogar seguro y atractivo para nuestros hijos, un lugar hospitalario y cálido para que traigan a sus amigos y proveer un refugio contra las tormentas y furias del mundo externo. Y ahora que han crecido, no están listos para irse y hacer sus propias vidas».
Muchos de nosotros, cristianos, murmuramos y nos quejamos en lugar de ir a Dios en oración y acción de gracias. Nos robamos a nosotros mismos de una multitud de bendiciones disponibles desde el trono del cielo. Nadie jamás ha obtenido de Dios todo lo que él puede dar. Es otra manera de decir que no estamos orando lo suficiente (Santiago 5.16). ¡Qué comentario tan triste sobre aquellos que dicen creer en Dios!
Algunas personas nunca oran sino hasta que están asustados o desean algo. El egoísmo y la avaricia hacen que el cielo sea bombardeado por personas con conceptos pobres del Padre Dios y esperanza vana respecto a la naturaleza y propósito de la oración (Santiago 4.1-3). Para obtener lo más que podamos de Dios, debemos estar familiarizados con las enseñanzas de la Biblia sobre el tema.
Los ojos del Señor están sobre los justos y sus oídos abiertos a sus oraciones; éste es el mensaje que aprendemos de 1 Pedro 3. Si tenemos iniquidad en nuestros corazones o apartamos nuestros oídos de la ley de Dios, nuestras oraciones se convierten un una ofensa (Salmos 66.9). En el silencio de la mañana, al mediodía o la caída de la noche, debemos de encontrar el tiempo para presentarnos confiadamente delante de la divina presencia de un gran Amigo (Hebreos 4.16; Lucas 18.1). L. O. Sanderson, un escritor prolífico de cantos evangélicos, nos desafía a orar en la mañana, al mediodía y en la noche, ya sea estando uno feliz, siendo tentado o estando triste. Pablo claramente le dijo a los cristianos que oraran sin cesar. Las acciones de gracias siempre deben ser una parte de nuestra comunicación con el cielo (Filipenses 4.6). Tener a Cristo como nuestro abogado (1 Juan 2.1), rogando delante del trono del Padre, es algo maravilloso de contemplar. Reconocer que nuestro Señor «vive eternamente para interceder por nosotros» es algo maravilloso (Hebreos 7.25). El salmista clamó a Dios y Dios lo escuchó, lo bendijo y lo consoló (Salmos 130.1; 116.1).
La hora bendita de la oración es solaz, bálsamo, confort y vitalizadora para los fieles seguidores del Salvador. Las oraciones de los santos suben ante la puerta del cielo como un olor fragante (Apocalipsis 4.1; 8.4). ¡Qué gran privilegio para las ovejas de su prado! (Salmos 95.6,7). En Romanos 12.12, aprendemos el valor de continuar siempre en oración.
Alguien ha hecho bien en recordarnos que muchas personas oran pidiendo perdón en lugar de luchar contra la tentación. Es un hecho que cuando oramos nuestras vidas no deben contradecir nuestra petición. La oración no es una ayuda para los pecadores sino una bendición para los fieles. Los pecadores sinceros orarán, pero la oración sola no salvará a nadie. El evangelio es el poder de Dios para salvar (Romanos 1.16), y debe ser obedecido (1 Pedro 4.17). En 2 Crónicas 7.14 aprendemos que la oración ferviente, el arrepentimiento y el deseo de buscar a Dios resultará en el perdón y la paz para el pueblo del Señor. Aún en medio de una intensa persecución, Pablo y Silas, desde la celda de la prisión oraron y cantaron alabanzas a Dios (Hechos 16.25). A pesar de la amenaza de ser echado al pozo de los leones, un gran siervo de Jehová oró (Daniel 6). En Salmos 119.64 miramos la determinación de orar a Dios diariamente.
La oración es verdaderamente la actitud de gratitud, cuando esperamos pacientemente en el Señor (Salmos 40.1). A los cristianos bajo el encarcelamiento y la persecución de los césares romanos se les dijo que oraran por sus enemigos (1 Timoteo 2.1,2; Mateo 5.44). Pablo oró por los judíos que lo odiaban (Romanos 10.1), y Esteban hizo lo mismo (Hechos 7.60). Jesucristo es el ejemplo máximo de preocupación por aquellos que nos maltratan (Lucas 23.34). Una de las escenas más bellas sobre este tema se encuentra en Hechos 20, donde los ancianos de Efeso se arrodillaron con Pablo con lágrimas y oraciones al despedirse.
Hoy en día, debemos orar más de lo que lo hacemos. Nuestro Redentor se levantaba temprano antes que amaneciera e iba a un lugar apartado para estar en comunión con Dios (Marcos 1.35). La hora grata de oración puede verdaderamente alimentar nuestra alma y fortalecer nuestros corazones (Lamentaciones 3.40,41).
Se deben quitar las cosas que estorban a la oración. Estas son las siguientes: (1) Falta de gratitud; (2) falta de perdón; (3) egoísmo; (4) falta de humildad; y (5) el pecado.
Cuando oramos al Padre (Mateo 6) a través de Cristo (Juan 16.24), debemos recordar de permitir que se haga su voluntad en nuestra vidas (Santiago 4.15). ¡Oh, bendita hora de oración! Que te usemos más y más. Ciertamente, necesitamos pedir, buscar y tocar (Mateo 7.7-11). Un Padre celestial benévolo anhela oír y bendecir.
«Orad sin cesar. Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús» (1 Tesalonicenses 5.17,18).
Fuente: Obrero Fiel
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